Naciones del Islam: el fĂștbol, trinchera de lucha, revoluciĂłn, vida y muerte, por Mike Arista

November 27th, 2012  12:02 pm @ 

 
 
Imagine que de pronto estĂĄ en algĂșn paĂ­s del Medio Oriente o Norte de ĂĄfrica y es fanĂĄtico de fĂștbol; es sĂĄbado y quiere ir al estadio a ver un partido. Al llegar se da cuenta que debe pasar por rigurosos cacheos de jĂłvenes que no superan los diecisiete años y que con un AK-147 al hombro decidirĂĄn su suerte. Si su comportamiento es tranquilo y no parece sospechoso de apoyar al gobierno autĂłcrata de turno podrĂĄ ver 90 minutos de fĂștbol; si, en cambio, se poner nervioso, comete un error o efectivamente apoya al gobierno, es probable que sea ejecutado a metros del estadio y que la noticia no sorprenda a nadie.
Imagine que descubre en la tribuna, antes de que empiece el partido, que el hombre al lado suyo es, en realidad, una mujer disfrazada, que en un momento levanta una pancarta para reclamar la igualdad de gĂ©nero: no se sorprenda si se entera que este sencillo acto de trasvestismo es habitual. Las mujeres tiene prohibida la entrada a los estadios, aunque tienen su propia liga de fĂștbol donde juegan con atuendos islĂĄmicos –y en ese caso, si quiere ir a verlas, tendrĂĄ que disfrazarse de mujer, porque los hombres tienen la entrada prohibida.
Imagine que tuvo la suerte de sortear todo esto y presenciar el partido. No se sorprenda si, de pronto, una marea de personas se echa a correr por el césped con la boca llena de consignas políticas, religiosas, y étnicas. Es probable que deba correr también, si no quiere que lo maten. Recuerde que en febrero de 2012, en el estadio de Port Said, en Egipto, fueron asesinadas 71 personas.
Imagine que echa una mirada alrededor y lo que ve le parece una ruina. En paĂ­ses islĂĄmicos del África, como Somalia, los estadios son vejestorios de cemento con marcas de balazos. RecuĂ©rdelo y no los subestime: en estos elefantes de hormigĂłn se cocinĂł la Primavera Árabe que volteĂł a gobiernos como el egipcio o el libio –con mĂĄs de cuarenta años al poder.
Y ahora, deje de imaginar.
 
 
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En el blog El Turbulento Mundo del FĂștbol de Medio Oriente de James L. Dorsey, lo que imaginĂł sucede a diario.
En 1986 James Dorsey (1951, Estado Unidos) acompañó como cronista al seleccionado mexicano de fĂștbol en su primera gira a Medio Oriente y Norte de África. La experiencia le dejĂł una constataciĂłn: en esa inhĂłspita regiĂłn el fĂștbol era mĂĄs que un deporte, tenĂ­a importancia polĂ­tica y social. Los hinchas son tan fanĂĄticos del balĂłn como de la polĂ­tica, las armas, la sangre y la revoluciĂłn.
Los fines de semana alientan sin parar, en la semana pueden tumbar dirigentes y marcar un nuevo rumbo para su equipo, para su naciĂłn, para sus fronteras. Dorsey, mĂĄs interesado en los conflictos cĂ­vicos, Ă©tnicos y religiosos que en el fĂștbol, quedĂł cautivado por lo que vio. Pero no hizo nada al respecto. Durante los siguientes 24 años.
ReciĂ©n en 2010 lo recordĂł, cuando buscaba un nuevo enfoque para retratar el Medio Oriente y África, y considerĂł al fĂștbol como el nexo ideal. Era el año del Mundial y, como preludio de su ahora concurrido blog, publicĂł un artĂ­culo sobre las razones de la escasa representaciĂłn polĂ­tica en SudĂĄfrica, paĂ­s sede. Ése serĂ­a el punto de partida.
Actualmente Dorsey vive en Singapur y trabaja en la S. Rajaratnam School of International Studies. Dedica la mitad del mes a viajar y no deja de visitar Medio Oriente, una de las zonas mĂĄs conflictivas del mundo, para tener contacto directo con hinchas hambrientos por ganar la batalla territorial del dĂ­a, mujeres iranĂ­es ĂĄvidas de encontrar la manera de ingresar a los estadios, funcionarios corruptos capaces de aguantar lo imposible para sostener a sus gobiernos autocrĂĄticos y futbolistas que sueñan con jugar en Europa y dejar la liga turbulenta que los acoge.
Un colega suyo, Roberto Álvarez-Galloso, reportero de Bleacher Report, afirma que el blog le permite reflexionar sobre el fĂștbol de Medio Oriente, una realidad de la que mucha gente habla en privado y poco en pĂșblico; y hasta el tĂ©cnico de la selecciĂłn egipcia, Bob Bradley, utiliza sus posts como una fuente importante de informaciĂłn.
“Yo no cubro partidos. Yo no cubro fĂștbol como deporte sino como instrumento polĂ­tico, un campo de batallas de mĂșltiples capas”, dice Dorsey, quien figurĂł entre los nominados al premio Pulitzer por su cobertura de la guerra entre Iran e Irak y al que condecorĂł The House of Lords, en Gran Bretaña, por “una labor periodĂ­stica digna de ser imitada”.
Para el cronista que cubriĂł entre 1993 y 2003 para The Wall Street Journal conflictos como el 11-S y la Guerra de los Balcanes, y el PentĂĄgono para The Washington Times, los hinchas de fĂștbol son militantes. En Egipto son el segundo movimiento cĂ­vico mĂĄs importante, detrĂĄs de la Hermandad Musulmana, y en TĂșnez, Argelia, Israel, IrĂĄn, TurquĂ­a, Arabia Saudita y Jordania segĂșn Dorsey, los hinchas son la Ășnica fuerza de choque capaz de derribar gobiernos. DĂłnde, si no en un campo de 105 por 60, se comenzĂł a gestar la caĂ­da del presidente egipcio Hosni Mubarak.
“Antes de la erupciĂłn de las revueltas ĂĄrabes a finales de 2010, el fĂștbol ya evocaba las  pasiones mĂĄs profundas  algo sĂłlo comparable con la religiĂłn. De hecho, el fĂștbol se ha convertido, junto con el Islam, en la principal vĂĄlvula de escape en las sociedades de escasos espacios pĂșblicos para liberar frustraciĂłn o ira. TambiĂ©n es uno de los pocos, si no el Ășnico lugar donde se puede expresar la disidencia” explica Dorsey.
Hay muchas maneras de hacerlo: irrumpiendo en los entrenamientos expresando la ira a travĂ©s de cĂĄnticos y pancartas o si la queja no prospera llenando de expedientes los juzgados con datos, quejas y denuncias. Casi nunca estĂĄn ociosos; de cada reuniĂłn puede salir una idea, una revoluciĂłn, un derrocamiento, una muerte.
En 2007, en Egipto, habĂ­a dos hinchadas nacientes que intentaban copias a los seguidores de los equipos italianos: Al Ahlawy y Zamalek. Los de Ahlawy odiaban con toda su alma a los de Zamalek, pero del mismo modo al dictador egipcio entonces en el poder, Hosni Mubarak. Los hinchas de Ahlawy se enfrentaban cada fin de semana con la PolicĂ­a del rĂ©gimen y muchos de sus lĂ­deres terminaban en la cĂĄrcel. En aquellos dĂ­as, sĂłlo dos grupos polĂ­tico-sociales tenĂ­an la posibilidad de organizarse y expresar su malestar en Egipto: la Hermandad musulmana y los hinchas de fĂștbol. No habĂ­a sindicatos ni partidos ni asociaciones. Cuando tuvo que diagramar su escudo, en abril de 2007, Ahlawy eligiĂł como lema: “Somos Egipto”.
El fĂștbol, donde se concentraban las frustraciones y tensiones del paĂ­s, era un hervidero que el gobierno de Mubarak intentaba manejar para no salir quemado. En 2009, ante un crucial partido de la selecciĂłn egipcia contra la de Argelia, el rĂ©gimen agitĂł los ĂĄnimos a travĂ©s de la prensa. Una multitud atacĂł los autobuses donde llegaba el equipo argelino y varios jugadores resultaron heridos. Cuando Argelia ganĂł, hubo estallidos populares en El Cairo, JartĂșm, Argel y hasta el sur de Francia. Se retiraron los embajadores. El dictador libio Muammar Gadafi ofreciĂł su mediaciĂłn para resolver la disputa.
En 2011, las dos hinchadas se unieron contra el rĂ©gimen durante el estallido de la Primavera Árabe y jugaron un papel crucial en las refriegas callejeras en la Plaza Tahrir, porque eran el Ășnico grupo con amplia experiencia en la batalla contra la PolicĂ­a.
A fin de año, varios grupos ultras se unieron y fundaron un partido polĂ­tico: Mi PaĂ­s. Dorsey observe que “los ultras estĂĄn de acuerdo en sus demandas mĂĄs inmediatas, pero provienen de todos los estratos sociales y es poco probable que encuentren una ideologĂ­a comĂșn. No obstante, el debate refleja la mĂĄs amplia discusiĂłn, en cĂ­rculos revoluciones, sobre cĂłmo debe manejarse la transiciĂłn de la calle a la polĂ­tica parlamentaria en una sociedad post-autocrĂĄtica”.
La caída del régimen y la disgregación de la Policía llevaron a un aumento exponencial de la violencia en los estadios y de las invasiones del campo de juego. Esto condujo al sangriento 1 de febrero de este año en el estadio de Port Said. Al-Masry recibía al Al-Ahlawy. Ambos estån en las antípodas: los fanåticos de Al-Masry se habían alineado con Mubarak, mientras que los ultras del Al-Ahlawyy participaron activamente de su final.
En cada gol, los hinchas locales invadĂ­an el terreno de juego para increpar a los jugadores visitantes, a los que tntimaban con palos y piedras. La policĂ­a asistĂ­a impĂĄvida. Ni bien el ĂĄrbitro dio por terminado el partido, cuyo resultado -que no le importĂł a nadie- fue de 3 a 1 para los locales, Ă©stos  acabaron el asunto: 74 personas murieron –algunas, desplomadas desde lo alto de las tribunas—y 300 resultaron heridas.
El gobierno de Egipto contestĂł con tres dĂ­as de duelo nacional. Para los ultras fue poco: exigieron la cabeza de todos los responsables del desastre y no permitieron que ni un balĂłn se mueva hasta que se reestructurase  y las fuerzas de seguridad. . Tan pronto se enteraron que Hani Abu-Reida, miembro del comitĂ© ejecutivo de la FIFA, se iba postular como vicepresidente de la AsociaciĂłn de FĂștbol de Egipto (EPT), los hinchas del club, Al Ahly SC, trabajaron a destajo para impedirlo. Abu-Reida habĂ­a sido acusado, entre muchas otras cosas, de entorpecer la investigaciĂłn sobre la muerte de 71 hinchas en el estadio egipcio de Port Said en febrero de 2012. Los “Ultra Ahlawy” lo acorralaron hasta que desistiĂł de su postulaciĂłn, episodio que anticiparon en su cuenta de Facebook que tiene mĂĄs de 500 mil seguidores: ”Exigimos la renuncia de la junta corrupta Hassan Hamdy, que descuida los derechos de los mĂĄrtires. Hamdy respaldĂł a Abou-Reida sĂłlo para servir sus propios intereses”.
Hace diez meses que la liga estĂĄ suspendida y el lento proceso de transformaciĂłn que pidieron aĂșn naufraga, pero ellos ya no esperan los cambios desde las tribunas sino desde un lugar mĂĄs acorde a sus convicciones: el frente, porque para los ultras esto es una guerra…y hay que ganarla. Como apuntĂł Dorsey, ” la participaciĂłn de aficionados al fĂștbol organizados en contra del gobierno, en Egipto, constituye una de las peores pesadillas para cualquier gobierno ĂĄrabe”.
No siempre los hinchas buscan acabar con alguna autoridad. En Argelia, por ejemplo, tienen demandas concretas, tanto dentro como  fuera de los estadios, por la falta de agua, electricidad, piden trabajo y mejoras salariales. Un cuarto de la poblaciĂłn argelina viven por debajo de la lĂ­nea de pobreza y el desempleo alcanza el 21 por ciento. Dorsey publicĂł en su blog el siguiente extracto del libro del argelino Mahfoud Amara, experto en deportes: “En un contexto de cierre polĂ­tico, con una falta de debates serios y de proyectos para una sociedad cuya polĂ­tica estĂĄ debilitada, los estadios de fĂștbol se convirtieron en uno de las pocas lugares donde  los jĂłvenes pueden  reunirse y lograr ese sentido de pertenencia, al menos por 90 minutos”.
Dorsey tiene su propia teorĂ­a: “El fĂștbol de por sĂ­ es turbulento; sĂłlo piensa en lo que pasa en AmĂ©rica Latina,  Italia o Europa del Este; en cada uno de estos casos, si bien hay diferencias sustanciales, todos se caracterizan por sufrir problemĂĄticas polĂ­ticas, sociales y econĂłmicas”. Para el cronista norteamericano, el fĂștbol es el refugio ideal que encontraron, no sĂłlo el mundo islĂĄmico, sino todas las naciones oprimidas para expresar tanta rabia contenida.
En muchas de ellas, los estadios son escenarios de heroicos o terribles momentos de la historia polĂ­tica, o elegidos como sĂ­mbolos ideolĂłgicos. “Los estadios son verdaderos campos de batalla por el control de los espacios pĂșblicos entre los regĂ­menes autocrĂĄticos y los fanĂĄticos militantes;  a veces, la lucha tambiĂ©n ocurre entre los propios aficionados”, dice Dorsey.
Hubo un tiempo en que el pueblo afgano creĂ­a que el pasto del estadio Ghazi, en Kabul, no crecĂ­a por la sangre que se habĂ­a derramado en Ă©l. En los 25 años previos, los TalibĂĄn habĂ­an mutilado y apedreado hasta la muerte a miles de personas allĂ­.
PakistĂĄn tiene un estadio de fĂștbol cuya capacidad alcanza los 60 mil espectadores. Se usa tambiĂ©n para jugar el deporte nacional favorito: el cricket. Se trata del estadio… Muammar Gadafi. Los ciudadanos de PakistĂĄn ya no saben quĂ© hacer para deshacerse de ese nombre y esa historia que no les pertenece y los deshonra. Hace casi cuatro dĂ©cadas que la palabra Gadafi decora la entrada: desde 1974, cuando el entonces  presidente de PakistĂĄn, Zia ul-Haq decidiĂł honrar al dictador de Libia, depuesto y asesinado en 2011, porque habĂ­a defendido el derecho paquistanĂ­ de desarrollar armas nucleares.
AmnistĂ­a Internacional reportĂł ya en 1983 que el estadio Latakia de Siria habĂ­a sido utilizado para encerrar y torturar a miles de personas. En Irak, tras la caĂ­da de Saddam Hussein en 2003, las tropas norteamericanas encontraron cientos de tumbas en los estadios iraquĂ­es. Uday Hussein, hijo del dictador iraquĂ­, solĂ­a humillar a futbolistas en pleno partido cada vez que erraban un penal, un pase o, al final, si es que perdĂ­an. El castigo podĂ­a consistir -si Uday estaba de humor- en afeitarles la cabeza.
El estadio de Mogadiscio, Somalia, con capacidad para 35.000 personas, fue construido por ingenieros chinos en 1978 y en Ă©l se jugaron partidos entre equipos de toda África y el mundo ĂĄrabe, pero tambiĂ©n fue escenario de conciertos y actos polĂ­ticos. Cuando estallĂł la guerra civil somalĂ­, en 1991, se convirtiĂł en base de ejĂ©rcitos y milicias. En enero de 2007, cayĂł en manos de tropas etĂ­opes, que estuvieron acantonadas allĂ­ hasta principios de 2009; luego, paso a poder del grupo islamista al-Shabaab, que lo utilizaba como centro de entrenamiento; el fĂștbol estaba prohibido. Durante la copa del mundo de SudĂĄfrica 2010, patrullas de islamistas vigilaban en la ciudad que nadie se entregara a esa pasiĂłn impĂ­a. Los fanĂĄticos debĂ­an reunirse en secreto para seguir los partidos. HabĂ­a fotos del campo de juego que mostraban que la maleza habĂ­a crecido. La FederaciĂłn declaraba en 2009 que “si uno entra al estadio, siente que estĂĄ en un bosque”.
En agosto de este año, tropas de paz de la Unión Africana recuperaron el control de la ciudad para el gobierno y se instalaron en el estadio. Luego, por fin, regresó el futbol y no sólo como escapa, sino como alternativa a la guerra: la Federación ofrece a los niños soldados de las milicias que dejen las armas por la pelota.
“La gente me tenĂ­a miedo cuando tenĂ­a un AK-47, ahora me felicitan –dice Mahad Mohammed, un joven somalĂ­ que cambiĂł la jihad por el deporte–. Le agradezco a la FederaciĂłn de FĂștbol. Yo era un soldado que estaba a la deriva. Algunos amigos terminaron siendo combatientes y me decĂ­an que era una vida buena y emocionante, mucho mejor que no hacer nada, o estar en la calle. DespuĂ©s de pasar un tiempo haciendo esa vida, comprendĂ­ que no tenĂ­an razĂłn, estoy feliz de haberme salido de todo eso”. SegĂșn El Turbulento Mundo del FĂștbol de Miedo Oriente, Mahad Mohammed fue uno de los cientos de niños a los que la FederaciĂłn ayudĂł –la Ășnica instituciĂłn que competĂ­a radicalmente con el Islam radical en ofertar alguna clase de futuro a una poblaciĂłn joven deseperanzada.
Pero todo ello llega con un precio. En territorio de Al Shabab, la milicia islamista que combate al gobierno, el fĂștbol sigue prohibido. En lo que va del año, el presidente del ComitĂ© OlĂ­mpico y al presidente de la FederaciĂłn SomalĂ­ de FĂștbol murieron en un atentado con bomba en el Teatro Nacional de Mogadiscio; en un ataque similar, falleciĂł un jugador del seleccionado sub20, y en octubre pasado el secretario general de la FederaciĂłn SomalĂ­ de FĂștbol fue herido cuando estallĂł un coche bomba. “Los goles animaron al seleccionado juvenil sub-17 (de Somalia) en el partido que vencieron a SudĂĄn en el campeonato juvenil. Jugaron sin su arquero, Abdulkader Dheer Hussein, asesinado en abril como parte de la campaña de matanzas organizada por Al Shabab, que no sĂłlo apuntaba a atletas sino tambiĂ©n a periodistas deportivos”, informa el blog.
En Egipto, los futbolistas estĂĄn tĂĄcitamente obligados participar de cualquier debate social: de no hacerlo, se convertirĂĄn en objeto de atenciĂłn pĂșblica –y no justamente de la que desean. Luego de la masacre en el estadio Port Said, que dejĂł a 71 muertos, los hinchas del club mĂĄs popular de Egipto, el Al Ahly SC, repudiaron a los futbolistas que no participaron en las manifestaciones. CorriĂł un mensaje: “la mayorĂ­a de los egipcios sobrevivimos con dos dĂłlares diarios mientras que los futbolistas ganan millones”.
TambiĂ©n puede pasar a los palestinos a manos de Israel. “Me desnudaron, y luego me ataron de pies y manos. Me vendaron los ojos y me pusieron en un coche. Es probable que todo esto haya durado tres horas, lapso donde me golpearon con palos y con la culata de los rifles. Luego me llevaron al centro de interrogatorios de Ashkelon; me di cuenta que no querĂ­an fracturarme, entonces golpearon mis pies y mi trasero, lugares donde no dejarĂ­an ningĂșn rastro, pero la presiĂłn psicolĂłgica fue mucho mĂĄs dolorosa. Durante los primeros 18 dĂ­as, no me dejaban dormir mĂĄs de una o dos horas por noche. En realidad no me acusaban de nada,  querĂ­an saber si estaba adherido a alguna organizaciĂłn polĂ­tica. QuizĂĄs el hecho de que sea ambicioso y que no quieran que un jugador palestino se vuelva famoso pueda ser el motivo de mi captura.” contĂł a Dorsey Mahmoud al-Sarsak, futbolista acusado de intentar ingresar ilegalmente a territorio israelĂ­.
Es un caso tĂ­pico  que puede repetirse en AfganistĂĄn, SomalĂ­a, TĂșnez o IrĂĄn.
 
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Las mujeres de los paĂ­ses islĂĄmicos pueden ser tan fanĂĄticas del fĂștbol como los hombres, al igual que ocurre en otras latitudes. Tan asĂ­ que no les importa jugar en sus propias ligas debajo de los clĂĄsicos y calurosos atuendos musulmanes que las cubren totalmente, o disfrazarse de varones si quieren asistir a un partido masculino, algo expresamente prohibido, por ejemplo, en la liga iranĂ­, donde tienen que callar o gritar los goles con voz ronca para pasar desapercibidas.
Para derrotar la prohibiciĂłn, Fatma Iktasari y Shabnam Kazimi presenciaron el partido por las eliminatorias para el Mundial 2014 en que IrĂĄn derrotĂł a Corea del Sur, disfrazadas de hombres. Al final del partido no pudieron esconder la alegrĂ­a por haber logrado tal hazaña, se sacaron fotos, mostraron un poema, sortearon a la policĂ­a y desataron, otra vez, un debate nacional.
Cuando en 1997 IrĂĄn clasificĂł por primera vez a una Copa del Mundo, mĂĄs de 5 mil mujeres irrumpieron en las inmediaciones del estadio nacional de TeherĂĄn en protesta por la prohibiciones; seis meses despuĂ©s el fĂștbol uniĂł por primera vez a hombres y mujeres que al ritmo de mĂșsica prohibida celebraron la victoria propia pero mucho mĂĄs la desgracia ajena: IrĂĄn habĂ­a derrotado en el mundial a un conocido rival, Estados Unidos.
Como resumiĂł un periodista iranĂ­ a Dorsey: “En lo que respecta a la libertad de expresiĂłn, los estadios de fĂștbol son casi tan importantes como Internet en el IrĂĄn de hoy. La protesta es mĂĄs segura allĂ­ porque la PolicĂ­a no puede arrestar a miles de personas a la vez. La televisiĂłn estatal transmite muchos partidos en vivo y la gente lo utiliza para publicitar la resistencia. Muestran banderas ante las cĂĄmaras y cantan slogans de protesta, razĂłn por la que ahora los partidos son transmitidos sin sonido”.
El periodista pidiĂł el anonimato.